Que largas eran las vacaciones a los 8 años. Casi podría decir que el aburrimiento teñía las tardes de verano, largos y repetitivos. Martín no me daba mucho espacio dentro de su grupo de amigos, supongo que no tenían ganas de jugar con nenes. Siempre existía la posibilidad de ir a la playa con mama, pero desde ese entonces no me llevo bien con el agua de mar. El salitre me resacaba la piel y se sentía pegajosa, la arena tampoco era de mi gusto, quemando la planta de mis pies y metiéndose por todas partes. Pero lo peor era la combinatoria de ambas, ese efecto milanesa cuando se juntaban nunca fueron santo de mi devoción. La diferencia mas grande entre las vacaciones y las clases, no era el uso que le daba a las horas del día, era el frio del invierno a las 8 de la mañana. Aún me recuerdo durmiendo en piyamas, sin ganas de salir de la cama porque el frio hacia doler los huesos. Orejas heladas y manos que no se asoman desde las frazadas. Cambiarme debajo de las 4 cobijas era un privi...